El Perú ha tocado fondo con dos expresidentes en la cárcel casi al mismo tiempo: el «Lagarto» Vizcarra y Pedro Castillo. Este no es un accidente, es la prueba de que el sistema político peruano está podrido y necesita un cambio de ciclo urgente. Ambos terminaron en prisión porque ante la evidencia de su corrupción, intentaron patear el tablero democrático para salvar su pellejo.
Vizcarra y Castillo son la misma plaga, solo que disfrazados diferente. Usaron el victimismo para dividir al país y llegar al poder. El «Lagarto» se presentó como el moqueguano técnico que desenmascaraba al Congreso, mientras Castillo se vistió de «mito del Inkarri» y poncho. Pero la verdad es que ambos son caciques autoritarios del siglo XXI dispuestos a todo.
Vizcarra fue condenado por recibir coimas millonarias por obras y usó el golpismo para puentear al Congreso, llegando incluso a tentar una Asamblea Constituyente. Por su parte, Castillo fue el «discípulo» que llevó el golpismo al extremo, pero que, como su mentor, usó el poder para cobrar y delinquir, tratando de politizar sus juicios para escapar de la justicia.
El problema es claro. Los políticos que se «reciclan» solo buscan una cosa, su bienestar personal, el de sus amigos y sus familias. Están dispuestos a todo para lograrlo, incluso a pisotear la Constitución con un golpe de Estado o a encender el conflicto social para victimizarse.
No podemos confundir la persecución política con los delitos comprobados de estos expresidentes. Hoy no son mártires; son golpistas y corruptos cuyos crímenes están documentados.
Si el Perú no rompe este ciclo vicioso y no entierra a esta clase política que convierte el Palacio en un cuartel de corrupción, la historia se repetirá. La única salida es un cambio de ciclo que exija líderes con visión, no con antecedentes penales o con la única intención de buscar inmunidad.
